miércoles, 16 de enero de 2008

Sustento matemático contra el racismo (Ribeyro dixit)

Este pensamiento nació después de leer “Prosas Apátridas” de Julio Ramón Ribeyro, exactamente la prosa apátrida número 63. Dicho sea de paso, libro que recomiendo infinitamente.


En este segundo no tengo el libro a la mano para poder citar textualmente lo que Ribeyro descubrió en una noche de abstracción, gracias a una progresión matemática sencilla. Haré el cálculo de nuevo. Atención.

Yo tengo dos padres, mis padres tienen dos padres cada uno, es decir, tengo 4 abuelos. Mis abuelos, a su vez, tuvieron 2 padres cada uno, es decir, tuve 8 bisabuelos. La progresión continúa: tuve 16 tatarabuelos, antes tuve 32 ancestros, 64, 128, 256. Hace 300 años, 1024 ancestros de línea directa. Y así sigue la progresión. Hice los numeritos en una hoja de cálculo, según los cánones de la ingeniería industrial. Según esos mismos cánones, asumí como premisa básica que cada generación esta espaciada por 30 años (es decir tuvieron al hijo, que sería mi ancestro directo, a los 30 años en promedio). Cosas de ingeniero. Bueno ahí acaba la ingeniería, pero la cosa sigue.

Haciendo una pequeña simulación llegué a la siguiente conclusión, hace 28 generaciónes mis ancestros debieron ser más de la mitad de la población mundial. Hace 870 años (29 generaciones atrás, en el año 1130) debí tener 536´870,912 ancestros. La población mundial en ese año se estima en 500´000,000 habitantes aproximadamente. ¿Qué fue?

Ribeyro habla, con lógica y veracidad, de casos de incesto. Es definitivo, pero estamos hablando de matrimonio entre primos de décimo grado pues. Eso hasta la iglesia más ortodoxa lo permite. No hay pecado. Asiento cucufatos.
Una explicación más culposa, pero no juzgable, es la poligamia. De todas formas son casos excepcionales que no puden reducir tanto la cifra.

Esto quiere decir que cada ser humano actual procede de todos los seres humanos pasados. Eso es lo que Ribeyro, inteligentemente, llamó cono invertido. Pero, si vamos del primer humano, hacia el día de hoy encontraremos una cono normal. Es decir que todos nacemos de la primera pareja. Por este ultimo razonamiento, se puede decir con certeza matemática que por lo menos hace 29 generaciones todos tuvimos los mismos ancestros. Apuesto que muchas veces es menos.

Ya no tengo ni que enunciar mi pensamiento, pero ahí va para los distraídos: el racismo es basura pura y hedionda. ¡mi abue Hitler fue un reverendo tetudo!, lo de mi abue Luciano Benetton no es puro marketing. Mejor ya no le grites al cobrador de la combi como si fuera un ser inferior, ahora entiendes cuando grita ¿habla primo vas?. No seas necio pues.
Todo esto me lo contó, la otra tarde, mi papapa Julio Ramón, mientras nos tomabamos un café.

sábado, 5 de enero de 2008

La placentera rebelión del sueño


Dicen que el sueño es un estado egoísta e imperfecto de la naturaleza humana. En el, el ser se entrega a la vida del espíritu. La mitología griega, por ejemplo, llamaba hermanos a Hypnos —dios del sueño— y a Thántanos —dios de la muerte—. Me parece obvio que desde esa época se sabe que el sueño no pertenece a este mundo. Y es que claro, dormir, es buenazo; nada en la vida se le compara.

Personalmente, confieso que el sueño es uno de mis más grandes placeres culposos. Soy de los que odia perder el tiempo. Pero como me gusta que gane Morfeo. Esos minutos que me gana después de almuerzo cuando el aparato digestivo hace su trabajo, su arduo trabajo. O esas mañanas de fin de semana, después del desayuno. O los ronquidos en el sofá de la sala cuando la película es mala. O los tramos largos en combi... y los cortos. O los sábados en la tarde después del fulbito. Las tardes-noches en la playa. Los fines de semana de futbol local en la tele. Los viernes recién salido del trabajo. Cualquier momento, en realidad, amerita una siestecita. O una grande.

Científicamente, se dice que, el acto de dormir es el descanso de la mente, no del cuerpo. Y cuando dormimos, el cerebro elimina información inútil y ordena lo necesario: cuando se duerme, se aprende. Dicen, por eso, que un bebé tiene mucho que dormir después de ver el mundo por unos minutos; por eso, un anciano duerme poco tras ver que el mundo sigue igual. La pregunta importante en este momento es: ¿Qué he aprendido yo después de tantas, pero tantas, horas de sueño?

Como siempre sucede, con este tipo de placeres sin recompensa ulterior, después viene la culpa. Culpa porque se acaba el día y la pase dormido. Perdí el tiempo. Comienza la noche y un remedio para la culpa: el insomnio. A esa hora todos están entregados al placer del sueño. Yo estoy disfrutando de recuperar el día, de que nadie interrumpa. Es rico (confiésalo) que el celular no suene y nadie joda. Que las agendas tengan impreso solo hasta las diez de la noche, como si el tiempo después de esa hora fuera extra. ¿Quien no ha madrugado para estudiar para un examen un día antes?; ¿Quien no se ha ido de juerga a mitad de semana para romper la monotonía del trabajo?; ¿Y quien, como yo, no se ha quedado en casa de madrugada en absoluta y placentera libertad? No se engañen, aunque sea una vez lo han hecho. Madrugar siempre deja una sensación de triunfo sobre el tiempo, como quien le saca el último jugo al limón.

La secuencia de placeres culposos queda entonces definida así: duermo porque es rico; luego me levanto tarde y trato de recuperar el tiempo perdido en la madrugada; a continuación, amanezco con sueño, pero victorioso; el sueño me gana y nuevamente comienza el ciclo. Pregunta: ¿porque no hago esta misma secuencia, pero al ritmo de la rotación de la tierra? Es decir, dormir de noche y despertar de día; como Dios manda. Supongo que es la necesaria cuota de rebeldía. El problema es que estoy demasiado comprometido con esa revolución y no puedo romper el círculo vicioso.
Ya es de madrugada y sigo despierto... escribir, otro placer cojudo. Nuevamente me pregunto: ¿Que carajo he aprendido yo despues de tantas, pero tantas, horas de sueño?
Aparentemente NADA.