sábado, 5 de enero de 2008

La placentera rebelión del sueño


Dicen que el sueño es un estado egoísta e imperfecto de la naturaleza humana. En el, el ser se entrega a la vida del espíritu. La mitología griega, por ejemplo, llamaba hermanos a Hypnos —dios del sueño— y a Thántanos —dios de la muerte—. Me parece obvio que desde esa época se sabe que el sueño no pertenece a este mundo. Y es que claro, dormir, es buenazo; nada en la vida se le compara.

Personalmente, confieso que el sueño es uno de mis más grandes placeres culposos. Soy de los que odia perder el tiempo. Pero como me gusta que gane Morfeo. Esos minutos que me gana después de almuerzo cuando el aparato digestivo hace su trabajo, su arduo trabajo. O esas mañanas de fin de semana, después del desayuno. O los ronquidos en el sofá de la sala cuando la película es mala. O los tramos largos en combi... y los cortos. O los sábados en la tarde después del fulbito. Las tardes-noches en la playa. Los fines de semana de futbol local en la tele. Los viernes recién salido del trabajo. Cualquier momento, en realidad, amerita una siestecita. O una grande.

Científicamente, se dice que, el acto de dormir es el descanso de la mente, no del cuerpo. Y cuando dormimos, el cerebro elimina información inútil y ordena lo necesario: cuando se duerme, se aprende. Dicen, por eso, que un bebé tiene mucho que dormir después de ver el mundo por unos minutos; por eso, un anciano duerme poco tras ver que el mundo sigue igual. La pregunta importante en este momento es: ¿Qué he aprendido yo después de tantas, pero tantas, horas de sueño?

Como siempre sucede, con este tipo de placeres sin recompensa ulterior, después viene la culpa. Culpa porque se acaba el día y la pase dormido. Perdí el tiempo. Comienza la noche y un remedio para la culpa: el insomnio. A esa hora todos están entregados al placer del sueño. Yo estoy disfrutando de recuperar el día, de que nadie interrumpa. Es rico (confiésalo) que el celular no suene y nadie joda. Que las agendas tengan impreso solo hasta las diez de la noche, como si el tiempo después de esa hora fuera extra. ¿Quien no ha madrugado para estudiar para un examen un día antes?; ¿Quien no se ha ido de juerga a mitad de semana para romper la monotonía del trabajo?; ¿Y quien, como yo, no se ha quedado en casa de madrugada en absoluta y placentera libertad? No se engañen, aunque sea una vez lo han hecho. Madrugar siempre deja una sensación de triunfo sobre el tiempo, como quien le saca el último jugo al limón.

La secuencia de placeres culposos queda entonces definida así: duermo porque es rico; luego me levanto tarde y trato de recuperar el tiempo perdido en la madrugada; a continuación, amanezco con sueño, pero victorioso; el sueño me gana y nuevamente comienza el ciclo. Pregunta: ¿porque no hago esta misma secuencia, pero al ritmo de la rotación de la tierra? Es decir, dormir de noche y despertar de día; como Dios manda. Supongo que es la necesaria cuota de rebeldía. El problema es que estoy demasiado comprometido con esa revolución y no puedo romper el círculo vicioso.
Ya es de madrugada y sigo despierto... escribir, otro placer cojudo. Nuevamente me pregunto: ¿Que carajo he aprendido yo despues de tantas, pero tantas, horas de sueño?
Aparentemente NADA.

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