domingo, 20 de junio de 2010

Muito Obrigado José

“… si antes de cada acción pudiésemos prever todas sus consecuencias, nos pusiésemos a pensar en ellas seriamente, primero en las consecuencias inmediatas, después, las probables, más tarde las posibles, luego las imaginables, no llegaríamos siquiera a movernos de donde el primer pensamiento nos hubiera hecho detenernos. Los buenos y los malos resultados de nuestros dichos y obras se van distribuyendo, se supone que de forma bastante equilibrada y uniforme, por todos los días del futuro, incluyendo aquellos, infinitos, en los que ya no estaremos aquí para poder comprobarlo, para congratularnos o para pedir perdón, hay quien dice que eso es la inmortalidad de la que tanto se habla, Lo será, pero esté hombre está muerto y hay que enterrarlo…”.

Así de seco y real escribía Saramago sobre él transito de la vida. Así es como suena un hombre digno que ya no está con nosotros. Un hombre que nos reveló un mundo moderno deshumanizado. Sus lucidas parábolas, nos muestran siempre un héroe ínfimo y lleno de dignidad, con el que nos quiere demostrar que hay que creer en la humanidad: Como la mujer del médico, la única con la fuerza interior para ver lo que el resto dejo de ver; o Tertuliano Máximo Afonso, profesor de historia que lucha consigo mismo para encontrar su identidad; o Cipriano Algor, alfarero en un mundo que pretende sobrevivir sin alfareros. Ese hombre nos dejó su obra, su propio evangelio, su testimonio de vida, para leerlo siempre, para no olvidar lo que somos.

“… Estaban en la acera del jardín, veían las luces pálidas del río, la sombra amenazadora de los montes. Entonces vamos, dijo Fernando Pessoa, Vamos, dijo Ricardo Reis. Adamastor no se volvió para mirarlos, le parecía que esta vez sería capaz de dar el gran grito. Aquí, donde el mar se acabó y la tierra espera.”

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