domingo, 11 de noviembre de 2007

Habitaciones sin habitantes (una lección del chavo del ocho)



Me he dado cuenta que yo no puedo escribir o comentar lo que me pasa el mismo día en que sucede. Creo que soy un poco lento para reaccionar. Vivo una experiencia y casi no reacciono. Tiene que pasar algún tiempo para que recién lo pueda asimilar. Para que mi cuerpo lo pueda sentir. Somatizar. Digerir. Disfrutar. Llorar.

Hace tres días mi papá organizaba un congreso en un hotel 5 estrellas, le habían dado un cuarto por lo que durara el congreso. Me pidio que lo ayudara. Asi fue como me mudé dos días y tres noches a un hotel. Creo que por estar en un cuarto de hotel en mi ciudad fue que me di cuenta que los hoteles son todos básicamente iguales. Estaba en Lima, miraba por la ventana y ahí estaba camino real, pero me sentía de vacaciones, en el extranjero. Supongo que la gente que viaja seguido, entra a estos lugares sabiendo que va a encontrar, asi este en Nueva Delhi, en Nueva York o en Cuzco. Todos los hoteles son básicamente iguales. Todo está, como diría el chavo del ocho, nuevo desde hace tiempo. No es como estar en una casa, donde la calidez no tiene que ver con el lujo o la comodidad, sino con los detalles diferentes que delatan a la gente que vive ahí. En un hotel, el mini bar tiene siempre la misma comida (agua evian, johnny negro y milky way´s) y las sabanas siempre huelen a lejía (clorox).
Hace cuatro días ayudaba a mi mamá (que trabaja en bienes raices) en el desalojo de una casa. Siempre es jodido ver a la gente salir (a veces violentamente) de sus casas. No es nuestra culpa, así es el negocio, un poco feo pero así es, de todas formas la imagen no deja de ser fuerte. El camión que ayudaba al desalojo ese día estaba lleno de libros, muebles, electrodomesticos, ropa, en fin estaba lleno de la vida de esa gente. Cuando al fin pudimos entrar a la casa, ya vacía, había perdido el espiritú de la gente que hacía minutos la habitaba. La casa había muerto. En la vida real si no pagas te botan, no existe el señor Barriga y sus eternos catorce meses de renta.
La imagen de una casa desalojada y la de un cuarto de hotel tienen eso en común. En el fondo ambas son realidades muertas, nadie las vive. Incluso creo que la casa desalojada tiene más rastros de vida. Tiene esas manchas en las paredes que dicen donde estaban los muebles, o stickers en las ventanas que te dicen como es el carácter del chico que dormía en ese cuarto. De todas formas, esa casa vacía, ya ha perdido la escencia de la gente que la habitaba, solo queda una sensación de lo que fue. Los cuartos de hotel ni siquiera tienen esos rastros, nunca se sabe que paso unas horas antes ahí. Entre la salida de unos y la entrada de los otros inquilinos temporales siempre entran los de limpieza a borrar las huellas.
Esta semana he vivido esas dos realidades muertas. Cuando regresé a mi casa me sentí de nuevo en mi vida, en mi realidad, en mis problemas, en mi casa, en mi cama sin olor a lejía. Aunque siempre es rico entrar a un cuarto de hotel y que todo este limpio y nuevo, no se compara a dormir boca arriba y con la puerta abierta. Creo que esa es la sensación de hogar que uno extraña. Es mi barril en medio de la vecindad.
Lo mismo me pasa con todo, desde una zapatilla vieja, hasta bares y restaurantes que existen desde antes que yo naciera y sin embargo estan igualitos, se van haciendo viejos pero tambien van ganando personalidad. Felizmente aún existen algunas calles, playas, distritos de Lima que se mantienen tercos a pesar de todo. Ojalá la modernidad no se lleve eso y vuelva todo una eterna novedad. Ojalá aprendamos a preservar las cosas nuevas durante mucho tiempo. Ojalá que todavía exista la vecindad del chavo.

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